por Daniela Rodríguez
En
nuestra América Latina del socialismo del siglo XXI – la teledirigida desde
Cuba por los hermanos Castro – nos encontramos con gobiernos totalitarios que
maltratan a diario a la sociedad civil, tal cual como sucede en las situaciones
de violencia familiar, particularmente en el caso de las mujeres maltratadas,
en las que la víctima llega en algunas ocasiones a perder primeramente su
dignidad y luego hasta su vida. Y es por estos dramáticos motivos que resulta
natural que nos preguntemos: ¿Cómo pudo esa mujer llegar a sufrir semejante
desenlace?, ¿Qué tan grave pudo hacer sido lo que ocurrió entre ella y su
pareja? y específicamente ¿Por qué la víctima no realizó la denuncia
correspondiente mientras vivía? Específicamente el “Síndrome de la mujer
golpeada” posibilita que las víctimas terminen identificándose tanto con el
poder y el valor que ven en sus parejas, que dejan por completo de pensar en sí
mismas y son capaces de soportar cualquier vejación. Exactamente lo mismo
ocurre con las sociedades civiles cuyos ciudadanos han dejado de pensar en sí
mismos – al costo que sea – para abocarse a satisfacer la gula en materia de
poder y de recursos, de la que hacen gala sus gobernantes.
Las
mujeres maltratadas se han colocado en una situación en la que ya no deciden ni
realizan ninguna acción por sí mismas. Sus parejas son las que deciden lo que
pueden hacer y lo que no, cuando hablar y cuando callar, qué vestir y cómo
actuar, entre otras tantas cosas. No son dueñas de su vida porque absolutamente
todo lo deciden sus parejas. Son capaces de soportar golpes, humillaciones,
gritos, insultos, encierros y todo tipo de acosos. No son dueñas de dirigir su
destino ya que sus parejas deciden si deben trabajar o estudiar; y si trabajan,
el fruto de su esfuerzo también termina siendo administrado por sus parejas.
Entender este tipo de relaciones patológicas, se logra tan sólo interpretando
la lógica del poder, ese poder que las mujeres abusadas han depositado en manos
de sus cónyuges. Estas mujeres no hablan y mediante su silencio se convierten
en cómplices de la situación que diariamente las lastima; es por eso que pocas
tienen el valor de denunciar a su agresor, y en muchos casos se alejan hasta de
sus propios familiares para no tener que confesarles la situación por la que
están pasando. Interiorizan los abusos de todas aquellas figuras de autoridad
por las que han creado sentimientos de subordinación y dependencia; echándose
además la culpa de sus actuales situaciones. Sus autoestimas descienden a
niveles mínimos y están tan desmotivadas y desesperanzadas, que carecen de la
energía necesaria para lograr alejarse de sus actuales parejas, otorgándoles
así cada día más poder para decirles qué hacer con sus vidas.
En los
últimos diez años, las sociedades latinoamericanas cuyos ciudadanos se
encuentran hoy bajo la órbita de poder del socialismo del siglo XXI, son
víctimas de lo que a los efectos de este artículo de opinión daremos en llamar
el “síndrome de la sociedad golpeada”. Los ciudadanos que por mala fortuna
integran dichas sociedades, ya no son dueños del fruto de su trabajo, las
cargas impositivas de todo tipo que enfrentan son cada vez más altas y por lo
tanto sus gobiernos se han convertido en dueños de los beneficios de sus
esfuerzos y emprendimientos. Dichos ciudadanos, ya no pueden decidir libremente
qué ver, qué oír, qué decir, qué comprar, donde ir de vacaciones, si ahorrar en
moneda nacional o extranjera, o en qué proyectos invertir. La totalidad de sus
derechos fundamentales han sido mutilados. Sobreviven en un ámbito de tal
polarización que ya ni siquiera pueden emitir una opinión contraria al gobierno
en una reunión familiar o de amigos de toda la vida, porque eso implicará
involucrarse necesariamente en una dramática e inútil discusión con sus seres
más queridos. Sin embargo, pese a esta tormentosa realidad, estas sociedades
golpeadas y muertas de miedo, le siguen otorgando más poder a sus gobernantes.
Poder que se traduce a diario en una total violación de sus libertades
individuales y en un desperdicio de las oportunidades para que sus países
crezcan. En vez de poner límites al poder de sus gobernantes, dichas sociedades
ahora escasas de autoestima, amplifican la arrogancia gubernamental diariamente.
A sus gobernantes les exigen que continúen intentando satisfacer todos y cada
uno de los problemas que aquejan a su gente en materia de educación, salud,
transporte, pobreza, marginalidad, turismo, recursos energéticos, lucha contra
las sustancias ilegales, obras públicas, inmigración, catástrofes naturales,
medioambiente, empresas públicas deficitarias y un larguísimo etcétera, porque
pese a que el tiempo ha demostrado que dichos gobiernos jamás lograrán
solucionar sus problemas, sus ciudadanos golpeados se sienten incapaces de
hacer frente a dichas responsabilidades sin su ayuda. Se han generado así
aparatos estatales monstruosos en nuestra región de los que ninguna actividad
logra escaparse, quedando todo bajo sus controles y sus sociedades limitadas a
aceptar todo lo que se les imponga desde un comodísimo sillón presidencial.
Dadas
las condiciones descriptas, resulta verdaderamente difícil que los ciudadanos
que conforman una sociedad golpeada logren retomar las riendas de sus destinos.
Y es que estos gobiernos sí han realizado un muy buen trabajo desmoralizando a
nuestra gente. Resulta sin embargo más que interesante comprender que en su
enorme afán de despojarnos de todo, a algunos les han ido quitado tantas pero
tantas cosas, que últimamente a muchos han terminado quitándoles hasta el
miedo…
*
Daniela E. Rodríguez es Directora de Programas de la Fundación HACER en
Argentina-Córdoba, es Licenciada en Ciencia Política egresada de la Universidad
de Villa María y colabora con el equipo de investigación de HACER en Washington
DC.
Fuente:
HACER