lunes, 22 de julio de 2013

Lecciones del fracaso de la primavera árabe egipcia para América Latina


por Daniela E. Rodríguez

Las manifestaciones de insatisfacción de la sociedad civil en Argentina y Brasil son cada vez más frecuentes y multitudinarias, y han sabido dejar huellas profundas en nuestros conciudadanos que observan en los respectivos gobiernos una falta total de efectividad en materia de gestión, un altísimo grado de corrupción sin precedentes y la adopción de políticas públicas que violan sus derechos fundamentales de manera directa. Ante semejante escenario, podemos hablar de una profunda crisis de las democracias representativas latinoamericanas. Nos preguntamos entonces ¿Cuáles son las lecciones que América Latina debería aprovechar del fracaso de la primavera árabe en Egipto? La primera está más que clara: un sistema democrático es condición necesaria pero no suficiente para la estabilidad de un país. La prueba está en la gran velocidad con la que un grupo grande de supuestas democracias latinoamericanas se han convertido en auténticas tiranías de la mayoría. La segunda lección – que para la gente en nuestra región va a resultar un poco más difícil de asimilar – es muy útil: lo que hoy se necesita para que nuestros países latinos progresen es una saludable economía de mercado y un sólido estado de derecho.

Si bien las manifestaciones de descontento tienen características propias en cada país, y las protestas se han venido desencadenando por cuestiones íntimamente relacionadas a la problemática local, tienen similitudes que no pueden obviarse: a) Todas han surgido de las redes sociales y han utilizado tecnología avanzada de dispositivos móviles, con la suficiente espontaneidad, es decir sin mediar estridentes intereses políticos. b) Sus protagonistas, representantes de todas las edades pertenecientes en su mayoría a la clase media, demandan cambios económicos, políticos y sociales efectivos. c) Existe un hartazgo generalizado en cuanto a seguir manteniendo gobiernos sobredimensionados y deficientes y burocracias altamente corruptas, pagando infernales tasas impositivas que tan sólo logran generar una mayor desigualdad y un profundo estancamiento económico.

En pleno siglo XXI, la crisis del Estado de bienestar se está haciendo cada día más evidente y profunda. Mientras los socialistas reinantes se limitan a pregonar acerca de las virtudes de una supuesta igualdad, nosotros, la sociedad civil, no logramos encontrar dicha igualdad por ninguna parte. El problema es que más allá de la retórica, a la hora de evaluar los resultados y ver el abismo económico al que se dirigen nuestros países, pareciera que los supuestos progres hablaran de hacernos a todos igualmente pobres. Como diría Fernández de Kirchner en Argentina: “pobreza para todos y todas” excepto para la clase dirigente…  Éstos últimos se encargan de robar nuestros aportes y se dan el gusto de pesar nuestro dinero en balanzas, para no perder el tiempo contándolo, y de inaugurar bóvedas blindadas repletas de efectivo. El 8 de agosto próximo los argentinos tomarán las calles de las principales ciudades del país y del mundo una vez más para declarar inadmisible esta situación.

En Brasil las protestas, para nada pacíficas, transcurren luego que el Partido de los Trabajadores (PT) ha permanecido más de una década en el poder. El mismo PT desde el que se creó el Foro de Sao Paulo en 1990, nucleando a partidos políticos y movimientos terroristas de izquierda alentados desde Cuba a alcanzar el poder y retenerlo a cualquier costo. Mientras tanto, la administración Rousseff alardea acerca de la corrupción que dice saber combatir, juzgando y encarcelando a funcionarios corruptos del gobierno anterior. Siendo el gran detalle, que Luiz Inácio “Lula” Da Silva, capo responsable del escándalo de las mensualidades pagadas para comprar el voto de buena parte de los legisladores de oposición, continúa libre y gozando de total impunidad. Hasta hace muy poco, el “modelo de Lula” parecía ser el modelo soñado por todos los políticos jóvenes en América Latina. Hasta Henrique Capriles Radonski decía querer aplicarlo en Venezuela si no le volvían a robar las elecciones. Con un Brasil indignado y en llamas nos preguntamos ¿Qué modelo suscribirán hoy en día?.

Es así entonces como buena parte de los ciudadanos de Argentina y Brasil se impacienta y enfurece, inmersa en una situación en la que no pueden gozar, ni siquiera, de los servicios mínimos que les corresponden a cambio de sus impuestos. El transporte, la salud, la educación y la seguridad pública que se les procuran, son pésimos, teniendo además que soportar el descaro con el que sus gobernantes multiplican mágicamente sus patrimonios delante de sus narices. Sin lugar a dudas, el estancamiento de la clase media, el abuso de los fondos públicos y la ineficiencia de los escasos servicios ofrecidos, han sido los principales detonantes de las multitudinarias movilizaciones en Sudamérica. Realmente no debería asombrarnos esta situación, porque el socialismo global se caracteriza por empobrecer a los ciudadanos mientras se enriquecen los dirigentes, por coartar las libertades fundamentales mientras preserva la corrupción y el narcotráfico – una de sus principales fuentes de financiación.

Algo queda claro en el escenario que estamos sufriendo y es que los ciudadanos están dispuestos a salir a reclamar por lo que les corresponde. A la hora de analizar si estos gobiernos socialistas empezarán o no a tomar medidas propias de otros decididamente dictatoriales, tal como lo han hecho el comunismo y el fascismo en otras partes del mundo, somos verdaderamente pesimistas. Sin ir demasiado lejos en la región, Rafael Correa en Ecuador ha optado por el camino de la re-reelección presidencial y ha resultado electo por tercera vez, violando olímpicamente lo establecido en la carta magna de su país (y disfrazando toda la operación de “primera reelección” al haber mediado una reforma constitucional). El próximo en intentar exactamente la misma estrategia será Evo Morales, muy pese a la prohibición establecida por la Constitución Política del Estado boliviano de ser reelecto más de una vez y a la promesa que él mismo hizo de no ser candidato presidencial nuevamente.

El caso particular de Egipto, en el que ni una primavera árabe los pudo ayudar,  nos deja a todos una clara enseñanza: la estabilidad económica del capitalismo y la estabilidad institucional de un estado de derecho en el que las minorías se sientan representadas, es lo que nuestros países necesitan. El estado de bienestar puede aparentar que funciona por un tiempo pero siempre termina fracasando. Mientras nuestros gobernantes más nos presionen para lograr perpetuarse en el poder, más riesgo corren de inaugurar una auténtica primavera latinoamericana de efecto dominó.

Daniela E. Rodríguez es Licenciada en Ciencia Política egresada de la Universidad de Villa María en Córdoba, Argentina y colaboradora del equipo de investigación de la Fundación HACER de Washington DC.

Fuente: HACER

martes, 9 de julio de 2013

En defensa de la educación privada


Por Diego Sánchez de la Cruz

Carlos Alberto Montaner escribe sobre las quejas de los estudiantes chilenos. Como la cuestión es de relevancia para otros países iberoamericanos, cabe entender su defensa del lucro en la educación y de la educación privada en clave mucho más amplia, por lo que las lecciones de este artículo deben extraerse también en lugares como España, donde el debate está instalado en términos muy similares.

Los jóvenes demandan buenas universidades y enseñanza de calidad, pero no quieren pagar por esos servicios. Exigen que otros se los paguen (Eso siempre es estupendo). Tienen 18 años o más. Son mayores de edad. Pueden votar, elegir y ser electos, ir al ejército, casarse sin autorización de nadie, crear empresas, invertir, engendrar hijos a los que están obligados a cuidar, ir a la cárcel si cometen delitos, consumir alcohol o tabaco, pero suponen que la responsabilidad de pagar por su educación es cosa de otros. Son, o deben ser, adultos responsables en todo, menos en eso.

Realmente, es una conducta incoherente o, por lo menos, extraña. ¿Por qué el conjunto de la sociedad debe pagar los estudios universitarios de una minoría de adultos privilegiados que, a partir de la graduación, ganará una cantidad de dinero considerablemente mayor que la media de quienes no han pasado por esos recintos académicos? ¿No es una hiriente inmoralidad que los trabajadores de a pie paguen con sus impuestos los estudios de quienes luego serán sus jefes y empleadores?

Pero hay otra incongruencia todavía peor: los estudiantes universitarios chilenos pretenden que la educación no pueda ser objeto de lucro. Si Platón y Aristóteles hubieran ejercido su magisterio en el Chile de estos tiempos, y no en la Atenas de los siglos V y IV antes de Cristo, los hubiesen acusado de codiciosos explotadores por haber creado la Academia y el Liceo con el propósito de ganar dinero formando a sus alumnos.

Los estudiantes chilenos no advierten que están planteando un contrasentido. No hay nada moralmente censurable en el lucro. Lucro es sinónimo de logro, de misión cumplida. Si ellos quieren una educación de calidad, creativa, original, oficiada por profesores competentes, la mayor parte de las veces tendrán que atraer a los mejores con buena remuneración, con reconocimientos públicos y con posibilidades de enriquecimiento.

Hay algunos seres excepcionales, dotados de una intensa vocación, generalmente religiosos, dispuestos a enseñar por un plato de comida, una cama de tabla y dos palmos de techo, pero son pocos. A Einstein lo reclutaron en Princeton enviándole un cheque en blanco que él rellenó a su capricho.

¿Dónde está la falta en que unas personas decidan crear una empresa para vender enseñanza si hay otras criaturas dispuestas a pagar el precio que les piden para adquirir esos conocimientos? ¿Por qué es inmoral vender educación y no vender agua, comida, medicinas o zapatos, bienes, sin duda, más importantes para la supervivencia que los conocimientos universitarios?

El argumento de que las universidades privadas con fines de lucro a veces no tienen suficiente calidad y deben clausurarse carece de sentido. Tampoco cerramos los restaurantes malos con fines de lucro, y mucho menos los comedores populares, que suelen servir unos platos espantosos a los indigentes. ¿Por qué no permitir que los consumidores de esos servicios educativos decidan libremente con su dinero cuáles universidades triunfan y cuáles fracasan?

Hay algo terriblemente autoritario e hipócrita en el comportamiento y las demandas de esos estudiantes. Lo terrible es que ellos, que esperan que otros les paguen sus estudios, y que condenan a quienes están dispuestos a arriesgar su capital y su trabajo para crear instituciones educacionales lucrativas, cuando terminan sus carreras suelen o intentan convertirse en profesionales económicamente exitosos. Para ellos el lucro sólo es malo cuando lo persigue el otro. Eso se llama cinismo.

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog http://diegosanchezdelacruz.wordpress.com el 2 de julio de 2013.


viernes, 5 de julio de 2013

Mente de cazadores-recolectores


por Gabriela Calderón de Burgos

¿Por qué políticas públicas de comprobado fracaso siguen siendo populares? Una respuesta novedosa es aportada por la psicología evolutiva. Leda Cosmides y John Tooby de la Universidad de California en Santa Barbara lideran un centro de investigaciones que trata de comprender cómo ha evolucionado la mente humana. Los dos expertos, que recientemente visitaron Galápagos para participar en una reunión de la Sociedad Mont Pelerin, han llegado a la conclusión que seguimos pensando como cazadores-recolectores en un mundo moderno.1

Cuando los seres humanos vivían en sociedades de cazadores-recolectores (25-50 miembros), les convenía una serie de comportamientos que en una sociedad moderna son evidentemente contraproducentes. Por ejemplo, a los cazadores-recolectores les convenía centralizar la carne obtenida en las cacerías dado que no tenían tecnología para almacenarla, y conseguir la carne dependía mucho de la suerte que tenga cada cazador-recolector. Además, como todos sabían que de vez en cuando tenían una mala racha, podían “comprar” algo de carne para los días de “mala suerte” sacrificando un poco de carne en los días de “abundancia”. Aquellos que se esforzaban menos porque igual iban a obtener la misma cantidad de carne que los que trabajan más podían ser monitoreados de cerca y castigados si intentaban aprovecharse del trabajo de otros.

De la misma forma, el control de alquileres tiene sentido para nuestras mentes de cazadores-recolectores: Si un individuo es víctima de mala suerte, aquellos que tienen recursos de más —los propietarios de las viviendas— deberían compartir con los más necesitados y se debe utilizar la fuerza del Estado para castigar a los propietarios que violan esta regla de distribución.

Pero ya no vivimos en sociedades de pequeños clanes. El contexto ha cambiado radicalmente en un periodo muy breve de la historia de la raza humana. Ahora vivimos en sociedades donde nos relacionamos con un sinnúmero de personas anónimas.

En este contexto moderno, ¿realmente ayuda el control de alquileres a los que no tienen vivienda? Resulta que el control de alquileres tiene efectos secundarios no intencionados: desalienta la construcción de viviendas de alquiler y alienta a los propietarios de las viviendas existentes a evitar ofrecerlas en el mercado. La consecuencia es que se reduce o estanca la oferta de viviendas de alquiler y se disparan los precios de aquellas unidades ofertadas en el mercado negro.

No obstante, apoyar el control de alquileres hace que nosotros con nuestras mentes de cazadores-recolectores nos sintamos bien, aún cuando esta política esté perjudicando a los más necesitados.

Sin embargo, no estamos condenados a vivir como cazadores-recolectores desorientados en un mundo moderno. Desde Adam Smith, los economistas han comprendido que el intercambio voluntario entre individuos que buscan promover su propio bienestar y el de sus seres queridos, fomenta de manera sistemática —aunque no intencional— el bienestar social. Instituciones modernas como el dinero, los contratos y los derechos de propiedad privada permiten que individuos alrededor del mundo ya no dependan de una pequeña banda para sobrevivir, sino de una amplia red de desconocidos en los cuales confían para un sinnúmero de productos y servicios que hoy consideramos esenciales.

Pero lo que los economistas han comprendido, nuestras mentes no están diseñadas para reconocerlo de manera intuitiva. Por eso es de suma importancia domar nuestro cazador-recolector interno con una educación básica en economía.

Gabriela Calderón es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 5 de julio de 2013.

Referencia:

1. Cosmides, Leda. “Evolutionary Psychology, Moral Heurestics, and the Law”. Heuristics and the Law. 2006. Dahlem Workshop, Reporte 94. MIT Press, Cambridge, MA.