por Daniela E. Rodríguez
Las manifestaciones de
insatisfacción de la sociedad civil en Argentina y Brasil son cada vez más
frecuentes y multitudinarias, y han sabido dejar huellas profundas en nuestros
conciudadanos que observan en los respectivos gobiernos una falta total de
efectividad en materia de gestión, un altísimo grado de corrupción sin
precedentes y la adopción de políticas públicas que violan sus derechos fundamentales
de manera directa. Ante semejante escenario, podemos hablar de una profunda
crisis de las democracias representativas latinoamericanas. Nos preguntamos
entonces ¿Cuáles son las lecciones que América Latina debería aprovechar del
fracaso de la primavera árabe en Egipto? La primera está más que clara: un
sistema democrático es condición necesaria pero no suficiente para la
estabilidad de un país. La prueba está en la gran velocidad con la que un grupo
grande de supuestas democracias latinoamericanas se han convertido en
auténticas tiranías de la mayoría. La segunda lección – que para la gente en
nuestra región va a resultar un poco más difícil de asimilar – es muy útil: lo
que hoy se necesita para que nuestros países latinos progresen es una saludable
economía de mercado y un sólido estado de derecho.
Si bien las
manifestaciones de descontento tienen características propias en cada país, y
las protestas se han venido desencadenando por cuestiones íntimamente
relacionadas a la problemática local, tienen similitudes que no pueden
obviarse: a) Todas han surgido de las redes sociales y han utilizado tecnología
avanzada de dispositivos móviles, con la suficiente espontaneidad, es decir sin
mediar estridentes intereses políticos. b) Sus protagonistas, representantes de
todas las edades pertenecientes en su mayoría a la clase media, demandan
cambios económicos, políticos y sociales efectivos. c) Existe un hartazgo
generalizado en cuanto a seguir manteniendo gobiernos sobredimensionados y
deficientes y burocracias altamente corruptas, pagando infernales tasas
impositivas que tan sólo logran generar una mayor desigualdad y un profundo
estancamiento económico.
En pleno siglo XXI, la
crisis del Estado de bienestar se está haciendo cada día más evidente y
profunda. Mientras los socialistas reinantes se limitan a pregonar acerca de
las virtudes de una supuesta igualdad, nosotros, la sociedad civil, no logramos
encontrar dicha igualdad por ninguna parte. El problema es que más allá de la
retórica, a la hora de evaluar los resultados y ver el abismo económico al que
se dirigen nuestros países, pareciera que los supuestos progres hablaran de
hacernos a todos igualmente pobres. Como diría Fernández de Kirchner en
Argentina: “pobreza para todos y todas” excepto para la clase dirigente…
Éstos últimos se encargan de robar nuestros aportes y se dan el gusto de
pesar nuestro dinero en balanzas, para no perder el tiempo contándolo, y de
inaugurar bóvedas blindadas repletas de efectivo. El 8 de agosto próximo los
argentinos tomarán las calles de las principales ciudades del país y del mundo
una vez más para declarar inadmisible esta situación.
En Brasil las
protestas, para nada pacíficas, transcurren luego que el Partido de los
Trabajadores (PT) ha permanecido más de una década en el poder. El mismo PT
desde el que se creó el Foro de Sao Paulo en 1990, nucleando a partidos
políticos y movimientos terroristas de izquierda alentados desde Cuba a
alcanzar el poder y retenerlo a cualquier costo. Mientras tanto, la
administración Rousseff alardea acerca de la corrupción que dice saber
combatir, juzgando y encarcelando a funcionarios corruptos del gobierno
anterior. Siendo el gran detalle, que Luiz Inácio “Lula” Da Silva, capo
responsable del escándalo de las mensualidades pagadas para comprar el voto de
buena parte de los legisladores de oposición, continúa libre y gozando de total
impunidad. Hasta hace muy poco, el “modelo de Lula” parecía ser el modelo
soñado por todos los políticos jóvenes en América Latina. Hasta Henrique
Capriles Radonski decía querer aplicarlo en Venezuela si no le volvían a robar
las elecciones. Con un Brasil indignado y en llamas nos preguntamos ¿Qué modelo
suscribirán hoy en día?.
Es así entonces como
buena parte de los ciudadanos de Argentina y Brasil se impacienta y enfurece,
inmersa en una situación en la que no pueden gozar, ni siquiera, de los
servicios mínimos que les corresponden a cambio de sus impuestos. El
transporte, la salud, la educación y la seguridad pública que se les procuran,
son pésimos, teniendo además que soportar el descaro con el que sus gobernantes
multiplican mágicamente sus patrimonios delante de sus narices. Sin lugar a
dudas, el estancamiento de la clase media, el abuso de los fondos públicos y la
ineficiencia de los escasos servicios ofrecidos, han sido los principales
detonantes de las multitudinarias movilizaciones en Sudamérica. Realmente no
debería asombrarnos esta situación, porque el socialismo global se caracteriza
por empobrecer a los ciudadanos mientras se enriquecen los dirigentes, por
coartar las libertades fundamentales mientras preserva la corrupción y el
narcotráfico – una de sus principales fuentes de financiación.
Algo queda claro en el
escenario que estamos sufriendo y es que los ciudadanos están dispuestos a
salir a reclamar por lo que les corresponde. A la hora de analizar si estos
gobiernos socialistas empezarán o no a tomar medidas propias de otros
decididamente dictatoriales, tal como lo han hecho el comunismo y el fascismo
en otras partes del mundo, somos verdaderamente pesimistas. Sin ir demasiado
lejos en la región, Rafael Correa en Ecuador ha optado por el camino de la
re-reelección presidencial y ha resultado electo por tercera vez, violando
olímpicamente lo establecido en la carta magna de su país (y disfrazando toda la
operación de “primera reelección” al haber mediado una reforma constitucional).
El próximo en intentar exactamente la misma estrategia será Evo Morales, muy
pese a la prohibición establecida por la Constitución Política del Estado
boliviano de ser reelecto más de una vez y a la promesa que él mismo hizo de no
ser candidato presidencial nuevamente.
El caso particular de
Egipto, en el que ni una primavera árabe los pudo ayudar, nos deja a
todos una clara enseñanza: la estabilidad económica del capitalismo y la
estabilidad institucional de un estado de derecho en el que las minorías se
sientan representadas, es lo que nuestros países necesitan. El estado de
bienestar puede aparentar que funciona por un tiempo pero siempre termina
fracasando. Mientras nuestros gobernantes más nos presionen para lograr
perpetuarse en el poder, más riesgo corren de inaugurar una auténtica primavera
latinoamericana de efecto dominó.
* Daniela
E. Rodríguez es Licenciada en Ciencia Política egresada de la Universidad de
Villa María en Córdoba, Argentina y colaboradora del equipo
de investigación de la Fundación HACER de Washington DC.
Fuente: HACER