Por Diego
Sánchez de la Cruz
Carlos Alberto Montaner escribe sobre las quejas de los
estudiantes chilenos. Como la cuestión es de relevancia para otros países
iberoamericanos, cabe entender su defensa del lucro en la educación y de la
educación privada en clave mucho más amplia, por lo que las lecciones de este
artículo deben extraerse también en lugares como España, donde el debate está
instalado en términos muy similares.
Los jóvenes demandan buenas universidades y enseñanza de calidad, pero no
quieren pagar por esos servicios. Exigen que otros se los paguen (Eso siempre
es estupendo). Tienen 18 años o más. Son mayores de edad. Pueden votar, elegir
y ser electos, ir al ejército, casarse sin autorización de nadie, crear
empresas, invertir, engendrar hijos a los que están obligados a cuidar, ir a la
cárcel si cometen delitos, consumir alcohol o tabaco, pero suponen que la
responsabilidad de pagar por su educación es cosa de otros. Son, o deben ser,
adultos responsables en todo, menos en eso.
Realmente, es una conducta incoherente o, por lo menos, extraña. ¿Por qué
el conjunto de la sociedad debe pagar los estudios universitarios de una
minoría de adultos privilegiados que, a partir de la graduación, ganará una
cantidad de dinero considerablemente mayor que la media de quienes no han
pasado por esos recintos académicos? ¿No es una hiriente inmoralidad que los
trabajadores de a pie paguen con sus impuestos los estudios de quienes luego
serán sus jefes y empleadores?
Pero hay otra incongruencia todavía peor: los estudiantes universitarios
chilenos pretenden que la educación no pueda ser objeto de lucro. Si Platón y
Aristóteles hubieran ejercido su magisterio en el Chile de estos tiempos, y no
en la Atenas de los siglos V y IV antes de Cristo, los hubiesen acusado de
codiciosos explotadores por haber creado la Academia y el Liceo con el
propósito de ganar dinero formando a sus alumnos.
Los estudiantes chilenos no advierten que están planteando un
contrasentido. No hay nada moralmente censurable en el lucro. Lucro es sinónimo
de logro, de misión cumplida. Si ellos quieren una educación de calidad,
creativa, original, oficiada por profesores competentes, la mayor parte de las
veces tendrán que atraer a los mejores con buena remuneración, con
reconocimientos públicos y con posibilidades de enriquecimiento.
Hay algunos seres excepcionales, dotados de una intensa vocación,
generalmente religiosos, dispuestos a enseñar por un plato de comida, una cama
de tabla y dos palmos de techo, pero son pocos. A Einstein lo reclutaron en
Princeton enviándole un cheque en blanco que él rellenó a su capricho.
¿Dónde está la falta en que unas personas decidan crear una empresa para
vender enseñanza si hay otras criaturas dispuestas a pagar el precio que les
piden para adquirir esos conocimientos? ¿Por qué es inmoral vender educación y
no vender agua, comida, medicinas o zapatos, bienes, sin duda, más importantes
para la supervivencia que los conocimientos universitarios?
El argumento de que las universidades privadas con fines de lucro a veces
no tienen suficiente calidad y deben clausurarse carece de sentido. Tampoco
cerramos los restaurantes malos con fines de lucro, y mucho menos los comedores
populares, que suelen servir unos platos espantosos a los indigentes. ¿Por qué
no permitir que los consumidores de esos servicios educativos decidan
libremente con su dinero cuáles universidades triunfan y cuáles fracasan?
Hay algo terriblemente autoritario e hipócrita en el comportamiento y las
demandas de esos estudiantes. Lo terrible es que ellos, que esperan que otros
les paguen sus estudios, y que condenan a quienes están dispuestos a arriesgar
su capital y su trabajo para crear instituciones educacionales lucrativas,
cuando terminan sus carreras suelen o intentan convertirse en profesionales
económicamente exitosos. Para ellos el lucro sólo es malo cuando lo persigue el
otro. Eso se llama cinismo.
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog http://diegosanchezdelacruz.wordpress.com
el 2 de julio de 2013.
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