En los último años parece existir un consenso
básico entre la clase política mexicana: México necesita mejorar y renovar
urgentemente su sistema educativo si aspira a romper el ciclo de pobreza –y sus
inevitables consecuencias- en el que vive más de la mitad de su población.
Si bien lo anterior no denota de manera alguna un
problema nuevo, la creciente urgencia por resolverlo es sin duda un aliciente
para creer que al fin puede empezar a mitigarse. Y es que si la educación es el
factor por excelencia que propicia la movilidad social de cualquier comunidad,
relegar su importancia dentro de la agenda nacional sería desastroso.
No es exagerado entonces afirmar que hoy día en
nuestro país las escuelas distan mucho de ser el proyecto transformador que
potencie el desarrollo social. Por el contrario, las aulas no son más que el
reflejo de la marginación y dejación de la comunidad en la que se encuentran.
Es así como a tan sólo unos días de tomar posesión
como presidente de México, Enrique Peña Nieto propuso una arriesgada, aunque insuficiente
para las dimensiones del problema, reforma educativa que busca redirigir en su
totalidad el control de la educación a manos del Estado.
Y aunque va más allá del alcance de este artículo
hacer un análisis íntegro de las propuestas incluidas en la reforma, conviene
resaltar algunos datos duros que sólo ilustran la imperante necesidad de que el
Estado mexicano asuma con firmeza la dirección de la educación. En México, de
cada 100 niños que ingresan a educación básica sólo 64 acaban primaria, alrededor
de 50 la secundaria, 24 el bachillerato y apenas diez una licenciatura. Cifras
así sólo pueden instar a actuar.
Por ello, para ganarle la batalla a la pobreza, al
subdesarrollo y a la violencia, primero hay que ganarle la batalla cultural a
la mediocridad y a la irresponsabilidad. Hay que entender que nada cambia en la
medida que las cosas se abandonan a su propia dinámica y que la educación es el
motor que acelera la evolución progresiva hacia mejores niveles de vida.
Ya se verá en los años venideros si la reforma revitaliza la educación
en nuestro país, pero por lo pronto, darle el justo lugar que merece sin duda
ayudará a crear un verdadero cambio con base en una visión integral que
eventualmente arraiguen en la comunidad la cultura de pensar la educación para
transformarla en libertad.
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